dietética y nutrición

Pastillas y Mercados

Desde pequeño oí muchas veces que en el año 2000 podríamos prescindir de comer y beber con tan solo tomar una pequeña pastilla. Todo sería así de simple, aunque ni esto ha sucedido, ni tiene visos de que pueda suceder. Por suerte, iniciado este segundo milenio, continúan existiendo esos ricos manjares, que, desde nuestros ancestros nos deleitaron, formando parte de nosotros y de nuestro entorno.

Cada vez que recorro un mercado, cosa que practico con frecuencia, respiro con alivio, exultante, al comprobar que los alimentos, permanecen en su sitio, y ahí siguen expuestos, los de siempre y como siempre, los mismos que en los mercados egipcios, romanos, medievales y del pasado siglo… ahí siguen a la luz de su frescura, luciendo su infinita y derrochadora gama de colores, sus olores reconocibles, sus texturas, sus formas.

Me acerco a los puestos y respiro por esta imborrable necesidad, que hasta hoy no ha podido suplir esa pastilla que se dice del futuro. Y admiro su sublime belleza como la gran obra de arte natural que, a modo de variadísimos productos, nos brinda la tierra generosa, como una madre que da lo mejor de si misma.

He de confesar que, a veces, he sentido temor de que este cuadro protagonizado por la espontaneidad de las gentes fuera borrado por la aparición de una simple pastilla, temor de que el progreso nos privara de tanta grandeza o nos alejara de esos productos con los que nos hemos identificado desde los albores de nuestra existencia.

Tengo que decirles que me produce tristeza el solo hecho de pensar que los mercados desaparezcan, que los avances de la tecnología nos puedan privar de esos museos por los que paseamos nuestra mirada entre la abundancia; museos que provocan con sus deliciosos aromas, la reactivación de nuestros sentidos. Cuantas veces, perdidos por sus rincones, no habremos desatado las riendas de nuestra imaginación, improvisando, puesto a puesto, un sencillo y suculento menú del día.
Y luego, como por arte de magia, nos sorprendemos y sorprendemos alargando el tiempo del mercado a la preparación de un suculento plato que, poco después saborearemos junto a los que queremos.
Espero pues, encomendándome a la esperanza, que ese ritual de la comida no se sustraiga nunca por la química del laboratorio y que, durante muchos milenios, los seres humanos podamos seguir degustando las riquisimas recetas que nos legaron nuestras abuelas.
Publicado en la revista «Arte de vivir» en enero del 2000
Unidad de Dietética y Nutrición
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