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La lucha de una diplomática con diabetes

Anna Balogh entendió el significado de su acción cuando buscó en Google su nombre y encontró el enlace referente a su demanda: Anna Balogh Vs. Condolezza Rice, la Secretaria de Estados Unidos. Balogh había demandado al Departamento de Estado por su negativa al permitir que ella fuera funcionaria del Servicio Exterior bajo el pretexto de que ella tenia diabetes tipo I. Nacida de refugiados húngaros ella estaba desafiando al gobierno y al país que había acogido a sus padres.

«Estaba horrorizada, y este no es el modo en que hubiese querido ver mi nombre.» dice ella.

Pero hubo un principio superior en juego, para tratar de romper un techo de cristal de la ignorancia que impedía que ella y otro tipo de pacientes dependientes de insulina pudieran ejercer empleos para los cuales estén calificados. Durante décadas las personas con diabetes han estado luchando contra los prejuicios y la discriminación de empleo, aunque la mayoría de esas batallas han estado en contra de los empleadores privados, como empresas de camiones y de automóviles. Es este caso, Balogh estaba luchando contra el Gobierno Federal, que supuestamente está encargado de velar por esos derechos.

Después de su oferta para trabajar como funcionario del Servicio Exterior fuera anulada debido a su diabetes, Anna Balogh presentó una demanda contra el Departamento de Estado.

El suyo es sin duda uno de los más inusuales casos, aunque también establece precedente en los esfuerzos para minar las barreras en el empleo para las personas con diabetes.

Sus padres húngaros, Karoly y Judith Balogh buscaron un nuevo hogar en 1956, cuando la Unión Soviética aplastó una revuelta contra el gobierno estalinista. Ellos encontraron refugio en los Estados Unidos y se asentaron en el Barrio de Boston, Lincoln, donde criaron a sus tres hijos.

Anna, nacida en 1971, era la más joven y pronto viajó mucho. Sus padres, ambos médicos, la llevaron a ella y a sus dos hermanos en dos diferentes viajes a Europa de Este y Anna viajó a Unión Soviética con su clase de escuela secundaria. Después de su primer año en la universidad ella también vivió en Hungría durante un verano.

Balogh obtuvo una maestría en la Universidad de Tufts Fletcher de Leyes y Diplomacia. Con un interés en servicio público y una habilidad para hablar tres idiomas y un deseo de representar a Estados Unidos en el exterior, fue contratada en 2003 como oficial del Servicio Extranjero “Es una historia de primera fila”, dice ella y una posición que encajaba perfectamente en una familia que había vivido el sueño americano.

Pero esto no iba a ocurrir luego de 6 ó 7 meses de ella recibir la oferta de trabajo la enfermera que la examinó la llamé y le dijo que el permiso medico había sido negado. Balogh recuerda: “En una de esas conversaciones, ella me dijo: Ud. Ha sido diabética por mucho tiempo”, lo cual me pareció muy rudo, haciendo la presunción de que pronto se desarrollarían complicaciones”.

Balogh apeló la decisión pero fue denegada. El Departamento de Estado «sólo me deseó una buena vida». Entonces pensé «esto no puede ser»
Balogh apeló la decisión pero fue denegada. El Departamento de Estado «sólo me deseó una buena vida». Entonces pensé «esto no puede ser»

La enfermera sólo dijo una cosa cierta: Balogh había sido diabética por mucho tiempo. Ella había sido diagnosticada a los dos años y medio y ella recuerda la experiencia: Había estado de vacaciones con su familia en Maine, estaba muy sedienta y su madre la llevó a un hospital en Boston y recuerdo estar sentada viendo un espectáculo de títeres dragones.

Aunque 1974 era un periodo relativamente oscuro en el cuidado de la diabetes, antes de los monitores de glucosa y la insulina rápida, la condición de Ana no la limitó. “Mis padres querían que me trataran como a cualquier otro niño, dice ella. “Esto no era un punto de discusión, tú haces todo lo que puedas hacer. Tu te retas a ti mismo”

Aprendió muy joven que los proveedores de salud no siempre tienen todo el conocimiento o son muy sensibles “fui muy castigada por la falta de un buen control de glucosa”, dice ella. Ella hacía lo mejor que podía con las herramientas que en ese entonces existían pero fui al Hospital Mass General, tenia 12 ó 13 años y un residente le dijo “ No quieres tener hijos algún día?”

Su sueño de convertirse en diplomática se cristalizó cuando ella vivía en Hungría en el verano de 1990, y con el comunismo colapsando en el bloque del este, ella pudo discutir con su compañera de habitación acerca de la reunificación alemana. Sus viajes la enseñaron algo más, hay personas con diabetes dondequiera, en todo el mundo y eso significa que también los suplidos de insulina. Ella nunca tuvo ninguna preocupación de encontrarse fuera de casa”.

“Si los diabéticos locales pueden hacerlo, yo también puedo hacerlo”, dice ella.

Ella también aprendió a adaptarse. Comenzó a usar una bomba de insulina Medtronic en 2003 y vivió en Bélgica por dos años. Medtronic no envía suplidos así que ella los compraba cuando iba a los EU o sus padres se los enviaban. Cuando la bomba caducó le tomó dos semanas tener una nueva pero ella estaba preparada con jeringas e insulina basal.

Balogh cree que su diabetes no debe ser un factor a tomar en cuenta como oficial del Departamento de asuntos exteriores porque su salud ha sido buena. Ella nunca ha ido a la emergencia por hipoglicemia o cualquier otra complicación diabética. Ella resuelve la bajas de la glicemia antes de necesitar asistencia. En 1980, tuvo una cirugía ocular por una retinopatía diabética incipiente. El procedimiento fue un éxito y ella no sufre actualmente de complicaciones diabéticas.

Pero eso poco importó cuando el permiso médico le fue negado “yo tenia la idea errónea de que si ellos sólo prestaran atención a mi caso en particular, todo iba a estar bien, “dice ella “fue una bofetada en la cara, era como decirme que yo valía menos que una persona sin diabetes. En el Departamento de Servicios Exteriores hay personas sordas y ciegas. Lo tomé de un modo muy personal”.

Ella primero acudió a la American Diabetes Association y a la Comisión de Oportunidad Igualitaria de trabajo pero tuvo que contratar a su abogado privado, Hillary Schwab. Balogh le entregó a ella un articulo acerca del Sargento del ejército americano, Mark Thompson, un oficial con diabetes tipo I que peleó en la guerra de Irak. “Si él pudo pelear en Irak”, dice Balogh ”luego yo puedo hacer un trabajo de escritorio en cualquier lugar.

La demanda de Balogh en contra del Departamento de Estado del 2007, alegaba que sus derechos habían sido violados bajo el acto de personas con deshabilidades de 1990, el cual prohíbe a los empleadores discriminar a personas con impedimentos físicos o mentales. En los archivos de la corte, el gobierno negó la discriminación en contra de Balogh. Argumentó que con 270 puestos alrededor del mundo. Los diplomáticos debían ser capaces de ir a cualquier lugar y que las personas insulino dependientes podían ser enviados a lugares donde hubiese malaria y dengue y que esas enfermedades podrían complicar la habilidad de mantener niveles de glucosa apropiados.

La respuesta de Balogh fue que esas enfermedades provocadas por mosquitos podían complicar la salud de cualquiera y que ese punto de vista del gobierno es anticuada dada la prevalencia mundial de la enfermedad y el incremento de herramientas sofisticadas para tratarlas.

El caso se iba a iniciar en diciembre en la Corte del distrito en Boston. En efecto la diabetes iba a estar en juicio.

Pero días antes de iniciar el gobierno y Balogh llegaron a un acuerdo. Balogh iba a ser colocada en el Servicio de Asuntos Exteriores por un periodo de prueba de tres años. El Departamento de Estado llamó a esto “una cita limitada fuera de carrera”. Luego de tres años su desempeño en el trabajo será evaluado y ella se someterá a otro examen médico. El gobierno también hará una compensación económica por el tiempo en que ella no trabajó. El trabajo en sí paga 70.000 dólares americanos al año, Balogh no ha dicho cuánto ha pagado por sus abogados.

Balogh es soltera, sabrá en los próximos meses donde será ubicada. Dice estar satisfecha con los resultados “pero me hubiese hecho más feliz haber iniciado este trabajo seis años antes”. La ironía es que hasta ahora Balogh rara vez ha dicho que tiene diabetes, incluso a amigos y profesores y resiente el que esta controversia la ha forzado a salir de si. Pero espera que este sea “un momento de enseñanza” para todos los involucrados.

De hecho la batalla no está ganada.

En el acuerdo el Estado no admitió delito y la prohibición a Anna Balogh de servir a su país sigue en pie.
James S. Hirsch
Traducción: Ana Elias González
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